Tres generaciones atrás el paisaje de El Hatillo era de fincas, huertas, conucos, selva tropical. La mayoría de sus habitantes vivían de la tierra. En recuas de burros llevaban a La Guaira naranjas, café y aguacates. A la puerta de sus casas amarraban sus caballos y sus medicinas eran de matas y árboles en el patio. Se bañaban en las aguas frescas y transparentes de las quebradas que serpenteaban cerro abajo.
Fue en los años 50 y 60 cuando se creó el primer desarrollo urbano de envergadura: la Lagunita, cuyo club abrió sus puertas en 1964. Aunque la ciudad había llegado al pueblo, lo rural aún predominaba. En la Boyera había todavía grandes sembradíos de hortalizas.
El clima del Hatillo, el calor de su gente y el verde de su naturaleza comenzaron a atraer nuevos vecinos, dispuestos a alejarse de Caracas a cambio de una vida tranquila.
El Hatillo creció, cada vez más rápido. Pero el crecimiento fue caótico y paradojicamente destruyó las cualidades que hacían del pueblo y su entorno un lugar deseable para vivir: su naturaleza, su tranquilidad y su fácil acceso.
Hoy la situación es crítica. Si el crecimiento voraz no se detiene, en unos pocos años la calidad de vida del Hatillo habrá sido completamente destruída.
El tiempo se agota, pero todavía no lo hemos perdido todo. Las siguientes imágenes dan fe de lo que aún nos queda.
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